8ª Caminata por Entresierras «Villardeleche, el Alagón manso»
Lo más manso del Alagón
Aquí el agua se desliza serpenteando luminosa casi sin hacer ruido y como sin querer. Para acelerarse y alborotarse de tal manera que si no la conociéramos, no nos lo creeríamos. Es el Alagón un río de contrastes, unas aguas que nos engañan y nos hacen sonreír. Unas aguas generosas que no hace muchos años llenaban de alegría y de peces las cestas de sus ribereños. Y sin embargo todos los inviernos tumbaban maliciosas todos los puentes que los aldeanos, sobre su cauce, se empeñaban en construir, para poderlo cruzar con las ovejas.
No tenemos tiempo, pero unos kilómetros más arriba cerca de Frades, está su nacimiento, allí empieza la carga de fuentes y fontanos, y muy cerquita de él pero en dirección opuesta está el nacimiento de otro río, el Alhándiga, que pertenece a otra cuenca diferente. Si no estamos muy documentados al ver correr las aguas en direcciones contrarias, pensaríamos que nuestros sentidos nos están jugando una mala pasada. O simplemente es el agua que nos está haciendo un guiño. O las dos cosas…
De cualquier manera no nos dejan indiferentes. Son aguas libres, que para serlo tienen que ser valientes, casi heroicas, no sólo para estrellarse jubilosas entre las rocas de las ollas de la Sapa o al llegar a San Esteban, sino valientes para cruzar sinuosas entre los robles y alisos más sombríos, o los pedregales más estériles del la ribera del Tornadizo o aquí en estos mansos meandros de Villar de Leche para no desaparecer en verano bajo el implacable sol.
Así es el Alagón, unas aguas valientes siempre cambiantes, que por mucho que nos empeñemos en acercarnos a sus misterios, no dejaran de correr…
La octava edición de la caminata se celebró el domingo 8 de mayo con buen tiempo y la asistencia de unos 60 caminantes.
Nos reunimos en el Museo Etnográfico de Endrinal a las 9:30 h. para realizar el control de inscripciones, y tras recoger un regalo y tomar una pinta de aguardiente con un dulce nos pusimos en marcha. Iniciamos el recorrido visitando una huerta y entendiendo cómo se cultiva para adentrarnos después en la dehesa de Endrinal a través del paraje conocido como «las pozas». En el Lombo pudimos distrutar de una panorámica de toda la dehesa de Villardeleche y después de descender la ladera entre pinos y visitar el molino de El Cubo, entramos en otra dehesa, la de Monleón. Tras llegar a la pesquera sobre el río Alagón seguimos su curso hasta la Villa de Monleón, disfrutando de un agradable paseo entre sus sinuosos meandros.
Hicimos una parada para reponer fuerzas con el bocadillo y continuamos la marcha a través del robledal de «las matas». Aquí nos encontramos a una turista y una monja un tanto peculiares, nuestro pequeño teatro. La última parada fue para visitar los castaños centenarios del Tejar. Desde aquí el camino discurrió entre verdes prados de diente y siega. Además de los paisajes y elementos etnográficos pudimos disfrutar de la flora y fauna autóctonas de estos lugares.
La jornada concluyó con una comida de confraternidad en el restaurante «El Capi» de Endrinal.
Deja una respuesta